de mi irreverente
forma de usar
la lengua
y de aquella
maldita manía
de conjugar
en pretérito imperfecto
el encuentro
de su cuerpo
con el mío.
Odiamos
esos breves momentos
en los que
el silencio
se volvía metáfora
y el saber
que el único
romance
que conocíamos
era un poema firmado
por completos extraños.
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