sábado, 30 de noviembre de 2013

TORMENTAS

Los aztecas relacionaban a la lluvia con un dios llamado Tlaloc. La deidad se encargaba de hacer llover en las épocas de sequía y de provocar peligrosas tormentas cuando los pueblos dejaban de adorarlo. Contrariamente, los mayas contaban con la ayuda de un dios benevolente llamado Chac, que no era más que el espíritu de un guerrero llorón cuyas lágrimas mojaban la superficie de la tierra.

A principios del siglo XX, el señor Charles Hatfield dio a entender al mundo que él era conocedor de una fórmula química capaz de hacer llover. El misterio, que irónicamente se veía envuelto en una nube gris de dudas, terminó causando estragos al provocar una feroz tormenta que inundó la ciudad de San Diego. El fabricante de lluvias no sólo se llevó a la tumba su secreto, sino que también se llevó la incertidumbre de saber si realmente podía doblegar la voluntad de la naturaleza.    

Técnicamente podríamos definir a la lluvia como un fenómeno atmosférico que se inicia con la condensación del vapor de agua en las nubes. Varias condiciones se deben dar al unísono para lograr que el agua precipite, y es por eso que uno puede suponer que un buen análisis conduce a un pronóstico acertado, aunque varias veces no ocurra así. Al fin y al cabo, la vida tiene una cuota de magia imposible de ignorar.