Breve relato escrito para la celebración de los doce años de Revista Zero, una revista local que apunta a la difusión de la cultura joven, la música, el teatro y la literatura. Han pasado casi dos años desde que escribí esto pero lo recuerdo con una sonrisa tan grande que realmente me hace sentir en una película de Woody Allen, una de esas pocas con final feliz. Buenas tardes.
La suerte está echada
Hace doce años
tenía doce años. Por ese entonces, estaba preocupado por el mundo, más bien por
la forma del mismo. Una profesora de Historia me confesó que tiempo atrás
fuimos un planeta chato, sí, como un plato. Pensar que los barcos podían caer
por el borde del disco no era mi más cercana preocupación, pero ciertamente me
intrigaba el hecho de poder cambiar la forma del mundo con el poder de la
palabra. Imaginaba una reunión de señores europeos en la que uno de ellos
tiraba por la ventana una mandarina e intentaba dejar en perfecta estática un
pomelo sobre la mesa. Largas discusiones tuve con aquella profesora. Me
recriminaba no estar en una película de Woody Allen; yo le hablaba del derecho
intrínseco que tenemos a no creer en ciertas verdades universales, pero ella,
como siempre solía hacer, remataba las disputas diciendo “Alea iacta est”. Citar
la frase dicha por Julio César al cruzar el río Rubicón no venía al caso, pero
ciertamente frenaba mis inquietudes y la salvaba del hecho de no entender nada
de astronomía. Hoy, doce años después, reivindico aquél momento, porque en
algún lugar, mientras yo discutía acerca de platos playos y mandarinas, una
pareja de rockeros mendocinos gritaba “la suerte está echada”.
Lo comparto en facebook. Tu forma de escribir me tiene enamorada.
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