Llevaba lo que dura un disco de Joplin intentando
convencerla de que el amor no entiende de idiomas, que lo nuestro era posible a
pesar de mi mala pronunciación. Los
minutos pasaban y el último cigarrillo de la americana tardaba en arder
fatalmente en su boca. De vez en cuando alguna mirada me revelaba culpable,
cobarde, pero culpable al fin. Por suerte, el destino me sonrió esa noche y
aquel estrepitoso silencio de misa finalmente se quebró cuando los botones de
mi camisa cayeron al suelo y ella afirmó entre risas, That’s your problem, little man, always asking, never doing.
Muy buena entrada. Se te echa de menos por El ruido que deja el silencio.
ResponderEliminarAbrazos.