Dedicado a esa pequeña mujer sin miedos, a aquella ladrona de palabras que durante una noche de vacaciones me enseñó el poder del lenguaje... y que un perro también puede ser un kinokino y aún mover la cola al verte.
Las cosas por su nombre
Ya
no llamo
a
las cosas por su nombre.
Voy
por la calle diciéndole
kinokinos
a los perros
y
abedules a las flores.
Paseo
por la peatonal
gritando
melancolía
a
todos los cafés
y
he bautizado
como
vendedores
de
llantos contenidos
a
los puestos de diarios.
A
las guerras
les
digo innecesarias
y
a las cenizas del amor,
ataques
de pánico.
Ningún
título me convence,
cambié
el tuyo por crimen
y
al mío por castigo,
a
nuestra relación
le
puse curiosidad
y
a nuestra despedida,
preinfarto
de miocardio.