Llueve, y llueve demasiado
para mi gusto. Detesto el mal clima. El agua está lavando las calles,
arrastrando la basura y las penas hacia las acequias, jodiendo al sistema de
desagües diseñados por los minuciosos ingenieros. A mi me importa muy poco, odio esta maldita
ciudad.
Me detengo en un portal y toco
el timbre de un departamento. Le doy la espalda a la puerta, dándome el tiempo
justo para terminar mi cigarrillo. Siento como el perfume de una mujer se funde
con el ambiente, ella me sorprende por detrás y me abraza. Se que me ama y que
es endemoniadamente bonita; creo que la despidieron del elenco de una vieja
película en blanco y negro por tener los labios demasiado rojos. Me aprieta el
brazo con fuerza y se lanza a la calle. No se que pasará por su cabeza, a ella
no le importa la lluvia, y a mi me trauma sentir los pies húmedos.
Caminamos por un largo rato,
el arco iris todavía no se digna a aparecer en el cielo, y yo ya estoy
impacientándome. Me comenta que su vida no es lo que esperaba, que de vez en
cuando ve un destello en mis ojos que la mantiene con ganas de seguir viva. Me
abraza aún más fuerte y apoya su cabeza sobre
mi hombro. Es muy dulce, pero mi maldita manía no me deja notar otra
cosa que el agua haciendo estragos sobre mis zapatos de gamuza.
Llegamos a la puerta del café,
la agarro de la cintura y la beso. Le digo suavemente al oído que la amaré por
siempre, pero que no puedo hacerlo en este preciso momento. Me mira sin
entender y lanza un cachetazo. No me queda más que sonreír mientras veo como su
figura se aleja lentamente bajo la cortina de agua.
La película termina. Pero esta
vez, el telón baja, la lluvia no cesa, y nadie me ovaciona de pie…